Saturday, May 03, 2008

Vacaciones en el Faro


Acababan de llegar las vacaciones de verano. Estábamos en el coche con la ventanilla abierta. A través de ella se veía el océano y se olía la brisa marina. Eran las primeras vacaciones que íbamos a pasar en la costa. Llegamos al faro que habíamos alquilado. No era en absoluto como me lo había imaginado. Para empezar no se caía a cachos, y eso era un cambio radical en nuestras vidas, o, por lo menos, en la mía. El dueño nos enseñó el faro. Elegimos nuestras habitaciones y nos piramos cada uno por un lado. Mi alegría inicial se iba desvaneciendo poco a poco. No había ninguna ciudad cerca y, por lo tanto, habría que ir lejos a comprar. La playa estaba muy limpia y tenía arena blanca y fina, del estilo del Caribe. Pero no me gusta la playa. A la noche me di cuenta de que estaba muy oscuro y empezó a entrarme el miedo. Iba a ir a la habitación de mi hermana. Pero me confundí de puerta y me encontré con una habitación que no nos había enseñado el dueño del faro. Había un libro encima de una mesa que parecía antigua. Sobre la chimenea se encontraba un cuadro en el que aparecía representada una chica más o menos de mi edad y de aspecto fantasmagórico. Vestía una blusa blanca y una larga falda roja. Tenía el pelo largo y liso, y de un color negro azabache que contrastaba con su piel demasiado pálida. En los ojos tenía un brillo que hacía que pareciese real. Tuve la impresión de que me estaba mirando. Cogí el libro. Intenté darme la vuelta, pero la chica del cuadro me daba cada vez más miedo. Un rayo iluminó la estancia y salí corriendo. En una última mirada al cuadro me pareció que se había movido un poco. Daba la impresión de que se burlaba de mí por esa súbita curvatura de labios que, según me pareció, acababa de adoptar. No volví para asegurarme. En todo caso corrí todavía más rápido. Me cerré con pestillo y todo lo que se podía en mi habitación. Tomé una linterna, me senté en la cama y eché una ojeada al libro que había cogido. La mayoría de las letras aparecían emborronadas, pero se podían leer. La linterna se apagó. Oí un ruido al otro lado de la puerta. La manilla se movió. Miré hacia otra dirección. La ventana estaba abierta. No recordaba haberla dejado así. La cortina se
mecía suavemente. Miré al cielo. No llovía. No había ninguna tormenta. ¿Cómo era posible, entonces, que un rayo me hubiera hecho salir corriendo de la habitación del cuadro? Aquel faro me parecía muy inquietante. No obstante, me dio la impresión de que veía muchas cosas extrañas. Volví a mirar hacia la puerta. Escuché. Nada, ningún ruido que perturbara el descanso de nadie. Me tumbé en la cama. Todavía me temblaban
las piernas. Cerré los ojos. Ahora que me paraba a pensarlo, no era lógico un rayo sin trueno. Menos lógico era un cuadro haciendo muecas. Era agradable sentir el viento en el rostro. A la mañana siguiente la ventana estaba cerrada. Por un momento creí que lo había soñado. Me levanté y pisé el libro. Lo recogí, lo puse sobre el escritorio y bajé a desayunar. Al parecer todos habían dormido muy bien. Le pregunté a mi hermana si había intentado entrar en mi habitación, pero me dijo que no. Eso me puso un poco nerviosa, aunque quizá me estuviera mintiendo. Mi hermana no era mala persona, pero le gustaba gastar bromas. Subí a mi habitación con mi hermana, que se llamaba Eider. No le enseñé el libro, pero, más tarde, le llevé a la habitación del cuadro. Al entrar me di
cuenta de que las cortinas, que eran gruesas, oscuras y pesadas, estaban cerradas. No se veía casi nada. La poca luz que había, entraba por la puerta. Me fijé en el cuadro. Ahora no tenía ningún brillo en los ojos, su piel no parecía tan clara, y, en cuanto a su expresión... no la recordaba así en absoluto. Más que burlona era de tristeza. Mientras tanto Eider había descorrido las cortinas y eso nos descubrió un hecho bastante sorprendente. Detrás de las cortinas sólo había pared. Pero no una pared blanca y clara como las del resto del faro, sino una pared que más bien recordaba a las paredes de un barco que hubiera sido quemado. Nos acercamos a la mesa, y, sobre ella encontramos una foto. Era de, lo que parecía, una familia. Una de las personas tenía una apariencia que me resultaba conocida. Miré al cuadro y comparé. No, no era la misma persona. Sí que tenía un cierto parecido a la del cuadro. Quizá fueron hermanas. La de la foto parecía un poco más mayor. Tenía una cara más alegre. El que pensaba que era el padre se parecía bastante al nuestro. Era alto, delgado y un poco feo. La madre en cambio no era en nada como la nuestra. La de la foto era rubia y tenía el rostro demacrado. La nuestra era morena y regordeta. Mi padre se llamaba Pedro y mi madre Silvia. Guardé la
foto en uno de los cajones de la mesa. Por primera vez me fijé en la gran biblioteca que había detrás de la mesa. Era increíble. ¡Cuan cantidad de libros! Sin duda aquello debía de valer millones. Salimos sin tocar nada más. El resto de la semana estuve paseando por las campas que había cerca de la playa. El que no fuera nadie a la playa me pareció de lo más raro. Mejor, así nadie me molestaba mientras estaba metida en mis pensamientos. Allí no había nada con qué entretenerse. Por no haber no había ni televisión. Sólo había un teléfono. Yo me pasaba mucho rato hablando con amigas de clase. Hasta que se fueron al pueblo. Mis padres buceaban mucho tiempo, pero por diferentes sitios. Pedro había encontrado un barco hundido. No había entrado en él, pero, sin que nadie supiera cómo, lo había sacado fuera. Silvia seguía mirando corales y sacando fotos. Yo acababa de volver de uno de mis paseos. Vi el barco. Un velero cuya madera estaba negra, como si se hubiera quemado antes de naufragar. Quería entrar, pero me daba un poco de miedo entrar sola. Y más sin una luz. Así que fui al sótano a por una linterna. Por el camino me encontré con Pedro. No le dije nada. Quería entrar yo sola. Y cuanto antes. Dejé la chaqueta, me até las deportivas y pasé por un agujero que había en el casco. Entré a algo parecido a una bodega. Había una escalera que subía asta otro piso. Salí a un lugar oscuro. Encendí la linterna y vi que era un pasillo. Abrí la primera puerta. Un camarote. Por el aire flotaba un olor nauseabundo, como si algo se estuviese pudriendo. En la bodega no se notaba tanto. En el pasillo era más fuerte, pero, al abrir la puerta, el hedor había sido tan intenso que me había entrado un mareo. Ese hedor fue lo que me hizo seguir adelante. Me acerqué a los resto de la cama. Sobre ella sobre ella había un bulto cubierto por una manta. Aparté la manta y lo que vi me dejó sin respiración. Las piernas se me paralizaron un instante. Después me fallaron. Me caí de rodillas. Había descubierto el origen del olor. Debajo de la manta se encontraba un cadáver en avanzado estado de descomposición. Sus cuencas vacías miraban a la techumbre. Me fijé en que tenía un cuchillo clavado en el pecho. Una larga melena negra le adornaba el cráneo. No se veía bien, pero yo ya sabía a quien pertenecía ese cadáver. El cadáver de la chica de la foto. No me había dado cuenta, pero estaba hablando en voz alta.
Una brisa rozó mi mano. Eso me devolvió a la realidad. Salí del camarote. Algo me indicaba que debía seguir explorando. Una voz en mi interior me decía que ya había visto lo peor. Al fin y al cabo, ¿qué podía haber peor que un cadáver putrefacto?. Fantasmas, espíritus. Pero no existían, al menos para mi.
Abrí la siguiente puerta. Otro camarote. Un hombre me miraba desde la otra punta del dormitorio. Estaba colgado de uno de los clavos que sobresalían de la pared . Su cuerpo se balanceaba de un lado a otro. La mayor parte de la piel se había desprendido con el paso del tiempo.
Una sombra pasó por el umbral de la puerta, justo detrás de mí. Me volví. Salí corriendo al pasillo, pero no había nada. Más alucinaciones. Me estaba volviendo loca. Otra sombra en el camarote, miré hacia dentro. Nada. Solo el hombre muerto. Éste también tenía un cuchillo clavado, esta vez en la garganta. Quien hubiera hecho eso estaba desequilibrado. Aunque en mi opinión, no era ningún desconocido. En realidad estaba loca.
Abriendo la siguiente puerta, sabría quien lo hizo. Pero no la abrí. Tal vez por miedo. O precaución. Otra vez la sombra que pululaba detrás de mi. Se escondía, pero, a la vez, quería dejarse ver. Yo sentía otra presencia. Una presencia sobrenatural.
De repente sentí un gélido contacto en el hombro. Levanté la vista, miré hacia atrás y me encontré con unos ojos fríos. Me aparte mientras miraba a la chica que me había asustado.
Tenía más o menos mi edad y un aspecto fantasmagórico. Vestía un blusa blanca y una larga falda roja. Tenía el pelo largo y liso, y de un color negro azabache, que contrastaba con su piel demasiado pálida. Alzó el puñal que sujetaba con su mano, se abalanzó sobre mí con una macabra sonrisa y ... Intenté gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta. Todo sucedió muy despacio, a cámara lenta. Contemplé la escena desde fuera de mi cuerpo. Su puñal hendía mi carne cuando escuché un gemido ahogado. Ella se volvió. Mi cuerpo sin vida cayó al suelo al tiempo que Pedro se abalanzaba sobre la chica. Pero llegó tarde. Yo había muerto y Ella se evaporó. Silvia, Pedro y Eider. Todos llorando y lamentando mi muerte.
Pocos días más tarde se celebró mi funeral. Fue triste ver a mis seres más queridos sollozando, creyendo que yo no existía. Creyendo que yo ya no les veía. Después volví a mi faro, a mis asuntos pendientes. Tengo que saber por qué hizo aquello. Tengo que saber por qué me atacó a mí. Tengo que saber quién es, qué es lo que hace aquí, por qué no siguió a su ángel guardián hacia el cielo. Tengo que saber... Tengo que saber tantas cosas... Pero sobre todo, tengo que saber cómo salir de éste cuadro para ir hacia la luz. Hacia esa luz que cada día que pasa es más débil. ¿Quién sabe? Quizá algún día Ella se decida a hablar. Y ese día me iré donde no llega nadie sin dejar su vida atrás.
Dedicado a Lidia(que seguro que es la única que entra en este blog... :( )